En pleno vuelo Paris-Tokyo, sin saber ya como amenizar tan largo viaje, de repente, observé como mi compañera de asiento tenía entre sus dedos un pequeño trozo de papel cuadrado, de precioso estampado japonés y textura ligera, que plegaba delicadamente hasta darle una forma imprecisa. Jugaba con tan simple objeto, cuando lo colocó en la palma de su mano y cuidadosamente, como si de un caramelo se tratara, fue abriendo sus pliegues hasta convertirlo en una preciosa cajita en forma de estrella.